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472 LAURO LAURI] 
Manuel, que estaba deseando salir de allí, tomó un taxi 
en la calle del Marqués de la Ensenada. 
Muy pronto llegó a la Quinta de la Fe, Don Juan Manuel 
recibió a su hijo con los brazos abiertos. 
—¿(Jué te pasó anoche, papá? Me ha dicho Merceditas por 
teléfono que te arrojaste debajo de la eama y que no saliste 
hasta que los guardias se llevaron al ladrón. ¡Qué nervioso es- 
tarías! ¡No te atreverías ni a respirar! 
—No te lo puedes imaginar. Tú no sabes lo que pasé. Me 
quedé helado y con los miembros ateridos, 
—¿ Y qué dijo el ladrón desde el balcón a la pareja de la Be- 
nemérita cuando ésta aún se hallaba en el jardín? 
—No recuerdo. ¡Me hallaba tan nervioso! 
—He oído que dispararon contra él y que una bala le arre- 
bató el sombrero. 
—No fué sólo un tiro; fueron dos lós que le dispararon. 
—¿Y él? ¿Tiró él a los guardias desde arriba? He oído decir 
que les tiró hasta que se le acabaron las municiones. 
—5í: hizo tres o evatro disparos: Al entrar los guardias se 
"ndió. 
—( Hubo lucha? Quiero docirte que si trató de huir por el 
halerón, aprovechándose del ramaje de la acacia... 
—No me di cuenta. Me aturdí. 
Manuel cesó de interrogarle, pero lo dicho había sido lo 
“uficiente para asegurarse de que no había estado, como de- 
cia, debajo de la cama mientras estuvo allí el ladrón. 
Mucho más hablaron, y Manuel le dijó que el ladrón se 
hab“: fugado de un modo misterioso del Palacio de Justicia. 
—¿Y no se sabe. quién es? 
No. Sólo dijo que se llamaba Hipólito, lo que no quiere 
decir nada. , Mira que teniendo dos alguaciles a la puerta 
haberse Iugado, delando su ropa oculta en un jergón!
	        
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