508 LAURO LAURI
“Me he engañado—se dijo pára tranquilizarse—. ¡odo
me asusta! ¡Todo me llena de terror!
Y ya se disponía a entrar en su alcoba para no dormir,
cuando por la puerta de la salita vió entrar, cara a ella, a un
hombre.
—No te asustes, Mercedes—articuló—. No te asustes, que
no pienso hacerte nada.
— ¡José!
—José, sí; el hombre que te quiso con toda su alma, el que
te sigue queriendo.
—El que una noche quiso asesinarme—tartamudeó.,
—Quise asesinarte porque estaba lóco, porque te creía una
mujer infame. Hoy sé que eres inócénte.
Y al decir esto se arrodilló “a los pies de Mercedes.
-—¿Me perdonas lo mucho que te he aborrecido, el daño que
te he hecho ?inquirió.
—Un momento, José. ¿Quién te ha dicho que soy inocente?
—Tú y Marilina.
—¡Que te lo hemos dicho nosotras? ¡Tú estás loco, José!
Ni Marilina ni yo te hemos dicho nada.
No me lo habéis dicho directamente, pero lo habéis ha-
blado entre las dos y yo os he escuchado detrás de una puer-
ta. El niño me vió cuando salí al jardín.
—¡Ah! ¿Tú eres el gitano que le besó?
—$í. Para que no adivinaras que era yo el que había es-
tado 'en la quinta le dije que era un gitano que le quería
mucho. Tranquilízate, que lo mismo el niño que tú sois ya
sagrados para mí. ;
—Te ruego que te levantes. No quiero verte arrodillado.
José Navarro se ifcorporó poco a poco, y a una indica-
ción de Mercedes se sentó en una silla, mejor dicho, se dejó
caer desplomado en ella.