LAURO LAURI
Muy atenuado, y como un murmullo lejano, oyó hablar a los
enterrados en la semimazmortra.
“Hablan muy fuerte—monologó—. Indudablemente, de-
ben estar muy indignados.”
No se alteró, y dirigiéndose a otra habitación del piso bajo
cogió de un cajón Heno de herramientas una barrena de ta-
: ladrar piedra.
“Mucha fuerza se necesita para taladrar esta enorme pie-
e lra, pero no hay otro medio de recobrar el dinero”, musitó,
A después de quedar un momento indeciso.
Muy poco duró la indecisión, ya que don Juan era un
hombre resuelto y decidido.
“Haré un agujero, por donde, en rollitos, puedan darme
os billetes”, se dijo.
Y empezó a taladrar la piédra por el centro.
El trabajo era rudo y penoso, ya que la piedra era muy
í gruesa. El doctor adelantaba muy poco en su trabajo, por lo
que de seguir al mismo vitmo no habría terminado hasta el
anochecer.
“Tendré que llamar al Palacio de Justicia. La tardanza
lel júez muy bien puede extrañar y no sería raro que man-
dasen a buscarle.”
Acordóse de que en la puerta de la quinta estaba el coche,
v esto. aumentó su inquietud.
“El chófer puede entrar a buscarle y al no verle por aquí
entrar en sospechas.
Miró por un balconcillo y vió que el chófer, que era, un
fijeza. No se dejó ver por él, y va iba a reanudar su trabajo
cuando oyó el sonido de uma bocina por la otra puerta de la
quinta,