662 LAURO LAURÍ
(
ho que quiere usted a Manuel, y hasta el día que usted
quiera.
-Muy afectuosamente le saluda su afmo. y atento servidor,
Juan Manuel Aracil.”
mordió el labio inferior hasta ha-
Manrique de Lara se
¡El ladrón misterioso lo
rse sangre. ¡Juan Manuel Aracil!
había tenido al alcance de la mano y le había dejado huir!
¡Qué bochorno más grande! ¿Qué dirían de é sl cuando lo su-
pieran los jueces y Sus supe) lores?
“¡Que soy un idiota !—musitó—. ¡Que no sirvo para
nada!”
Y se mordía el labio para no llorar,
—¿Qué os parece? — -preguntó a los guardias, que 1 también se
hallaban meditabundos y, abstraídos,
Uno. de ellos leyó el escrito y se lo devolvió.
—¿Qué quiere que le diga?
-—— Aquí ya no hacomos nada—dijo el agente después de un
momento de silencio. Hay que llevar a es te hombre al Pa-
lacio de Justicia para que el juez disponga lo que se tiene
que hace». con él.
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ce que será el disponer que lo encierren en una
JA
casa de salud. Será lo más acertado.
En aquel momento se detuvo en la misma puerta de la
casa un coche de alquiler, del que descendió una muchacha
joven y bella con un niño de la mano.
Mereedes con su hijo —musitó Manrique en voz baja—.
se eneañaba: La que llegaba con el niño era Mercé
1 j Ñ ¿ E y ray
] puerta, no atreviéndose a entrar.
cual se detuvo en 1 La,