LA LEY DEL AMOR
—No sé si vendré equivocada—dijo dirigió
que, que le hizo un respetuoso saludo.
—No viene usted equivocada, señorita.
Y le señaló la cama, donde aún continu ado
Manuel.
—¿ Todavía no ha despertado ?—inquirió.
-—Aún no. Anoche se durmió sobre esa mesa, y como pasaba
el tiempo y no despertaba le trajimos aquí.
Hallábanse en la alcoba. Mercedes le to06 la frente y le
oprimió una mano.
—Me parece que tiene algo de fiebre—dijo—, Tóquele usted
una mano y dígame.
Manrique lo hizo así, y movió la cabeza en forma nega-
tiva,
-—Me parece que no tiene fichre; si'acaso, alguna décima.
¿Me permite que le despierte? Este aletargamiento me
llama la atención.
El agente accedió a los deseos de Mercedes, w ésta le amó
al oído con acento maternal.
—¡ Manuel! ¡Manuel! ¡Hijo mío!
Aracil se movió torpemente, y sigui
cedes le tocó en un homb
o con sul
—¡Manuel! ¡Manolito!
Este abrió los ojos y la. miró, pero volvió a
Mediatan
amente.
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—£s mútil-—dijo Manrique-—, No despertará,
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NO. Tomaremos un coche y lo llevaremos al Juzgado, y
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btestó. Ella no tenía legalmente! ningún
lerecho para reclamar a Aracil
lo