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LA LEY DEL AMOR 683 
—Me da miedo que me miren con desprecio lás esmeraldas 
de tus ojos, como me despreciaron el día que tus labios ne 
dijeron que tu hermana vestía mejór que tú, sin darte cueñ- 
ba de que su esposo era millonario y yo un empleadillo de 
mala muerte, como tú les decías a tus amigas. 
Blanca Rosa guardó silencio y una ligera tosecilla acar. 
minó su rostro de mármol, 
—¿Quién no tiene sobre su conciencia un pecado mortal? 
Yo, con mi ambición, me eché una cuerda al cuello, y de esa 
cuerda tiran la Muerte y el diablo para arrastrarme al Tn- 
tierno, “Y lo péor és que esa cuerda también te “arrastra a Li, 
—Tranquilízate; te noto muy nerviosa. 
«—No podré tranquilizarme mientras leves una vida tan 
misteriosa. 
—¿Qué quieres que te diga? 
—(Quúiero que me lo digas todo, que no me ocultes nada. Por- 
que no sé si sabrás que leo la prensa a diario, y todos los erí- 
menes que ocurren en Madrid te los atribúuyo a ti desde la 
hoche que vi una mancha de sangre en tu camisa, : 
— Te'vas a volver loca con tanto pensar. ¿No querías di- 
nero? Ya tienes un millón de pesetas, que quiz no lo tenga 
tu hermana Blanca Nieves, ] 
Y diciendo esto salió de la estancia, 
Transcurrieron tres días; y al cuarto sé presentó una ma- 
ñana un médico acompañado de Juan y de Manuel, 
“Nuestra madre está muy enferma”, le habían dicho. 
Y el médico llegó, y mientras Blanca Rosa dormía con 
sueño febril la estuvo examinando con gran atención. 
—NO quiero daros falsas esperanzas, simpáticos muchg- 
chos—les dijo. 
—¿Y llevándoda a uno de los sanatorios de la Siorra y pa- 
niendo en juego todos los recursos de la Medicina?
	        
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