694 LAURO LAURI
Algo así como una tormenta espiritual se desencadenaba
en la mente de aquella mujer de espíritu aventurero.
“Aún no sé lo que haré—siguió monologando—. ¡Me gus-
ta tanto Madrid y su ambiente!”
Y con esta idea en la mente se durmió con un sueño in-
tranquilo y nervioso. Soñó que se marchaba de Madrid y ha-
bitaba en una estepa. El frío la despertó y vió que el balcón
de su alcoba estaba entreabierto.
Amaneció un día frío y nuboso. Había llovido por la noche
y el suelo olía a tierra mojada,
“¡Qué día más malo! ¡Y yo que tengo que salir esta ma-
ñana!”
No tardó en vestirse y en hallar a Mercedes, que estaba en
la cocina preparando el desayuno de Manuel,
-—¿Qué haces, hija mía?—le preguntó con acento maternal,
—Ll desayuno.
-—Muy bien. Te digo muy bien por ser para Manolito. De
haber sido para otra persona te hubiera dicho que en esta casa
no eres una criada, sino la señorita.
Acarminóse el rostro de la joven, y a los pocos momentos,
entre ella y Blanca Nieves le llevaron el desayuno a Manuel,
el cual estaba sentado en el lecho, con la mirada fija en la
puerta y reclinado en un almohadón,
W -—Buenos días, Manuel—le dijo Mercedes mientras extendía
una servilleta.
—¡ Hola! —contestó el infeliz, lavando la mirada en el ros-
tro de Blanca Nieves, que le miraba con amor maternal.
—¿Tú quién eres? ¿No te habías muerto?—le preguntó.
Y abrió los ojos desorbitadamente.
Blanca Nieves le acarició.
—No me he muerto, hijo mío.
—Sí; yo fuí a tu entierro.