LAURO LAURI
“¡El “Jabato” en la calle y amante de Blanca Nieves! No
lo entiendo”, musitaba sin cesar.
Mientras se sentaba a la mesa con su esposa se puso a
pengar en Mercedes.
—¿ Te acuerdas de Maravillas?—le preguntó Marilina al
verle tan silencioso, la cual estaba más tranquila al pensar
que su esposo había abandonado a su amante.
—No—repuso con entereza Malaespina—; no estoy pensan-
do en la gitana, que ya nada me interesa, sino en Mercedes,
que parece que nos ha abandonado.
—Quizá no la deje venir don Juan Manuel por hallarse in-
comodado con nosotros.
—No lo creo yo así. Don Juan Manuel sabe muy bien que
su hijo no puede estar sin los cuidados de Mercedes.
—¿Y si ella está mala? ¿No ha podido contagiarse de la en-
termedad que ha llevado a José a la tumba?
-—Siento frío hasta en la medula de los huesos. ¡Que no se
muera, Dios mío!
Hubo un silencio embarazoso que duró unos ininutos. En
la mente de don Alvaro danzaba un hombre que penetraba en
la alcoba de la mujer que iba adentrándose en su alma, y que
por él mostraba cierta indiferencia, y en el espíritu de su es-
,
posa el recuerdo de Mercedes, que si no volvía dejaría huér-
fano a su hijo.
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Muy «poco más hablaron, y al retirar una doncella el ger-
vicio de la mesa penetró en el comedor Blanca Nieves,
-——¡Manuel está muy excitado y quiere marcharse en busca
k
de Mercedes!
Y como Blanca Nieves saliera corriendo de la estancia,
don Alvaro la siguió para ayudarle a levar a Manuel a su
1eoba,