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LA LEY DEL AMOR 781
¡Qué padres más miserables son los que arrojan al arroyo
a sus h1j JOS! I—exclamó.
—¿Qué quieres decirme, Marilina?—4artamudeó el mejica-
no al sentir la ofensa en el rostro.
-—Que un hijó no se debe arrójar nunca al arroyo.
—¡ (Quien lo haya arrojado!
—¡ Tú, porque este niño es hijo tuyo!
Don Alvaro, ante la actitud resuelta y decidida de'su es-
posa, se calló. El delito acobarda al hombre más templado, y
él, en aquellos momentos, se consideraba culpable.
—Marilina—balbució—, no sé si ese niño es el' hijo de la
gItana.
rn
—Y tuyo. “Pu rostro me dice lo que pasa en tu alma.
—¿Qué quieres que te diga?
—¡ Quiero que me digas lo que hubieras hecho con este niño
si yo me hubiera muerto!
—(Juizá adoptarle y tenerle a mi lado;
hecho.
más no hubiera
Úl bie eso no puedes hacerlo teniéndome ami?
-No me atrevo, esposa mía
Además, tú te negarias a tene:
a tu'lado a un hijo que no es tuyo.
-“Veniendo cerca a su mac ¿o
—¿Y si su madre hubiera huido con otro hombre?
—Muy enterado estás. ¿Te escribes a menudo con ella?
-Mira.
Y Malaespina mostróle el papel que
naturalmente que sí,
se había caido de las
ropas del niño, Marilina lo devoró con avidez con sus azules
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-—Bien—dijo—; quédate con tu hijo. Yo seré lo madre que
le ha abandonado.
Don Alvaro acercóse a su esposa y la besó. Ella sintió
algo así como la picadura de un reptil.