LAURO LAURI
siguiente una mujer depositó.sobre su tumba un ramo de flo-
res y permaneció unos momentos arrodillada y rezando unas
oraciones. Aquella mujer era Mercedes.
-—¿Y usted: le quería?—le preguntó don Juan.
—Quiero al género humano-—repuso la joven—. En mi pe-
cho sólo hay terreno para la planta del Amor.
—¡Qué hombre más dichoso el que se adueño de ese amor
que tento abarca!
Y don Juan se marchó a trabajar a su despacho, del que
salióval anochecer por una puertá'que daba a la calle del Rallo,
Al filo de las diez salió también el ladrón misterioso.
Nosotros seguiremos a. este último, que tomó la dirección
de la calle de Toledo. El que en aquellos momentos le hubiera
visto le habría tomado por el guarda de la Quinta de la Fe,
o sea por el inocente “Jabato”, que estaba en la cárcel acu-
sado de un delito que no había cometido.
No tardó en llegar a las tapias de la “quinta.
“¿Querrá seguirme—meditó—cuando le diga que voy a
llevarle al lado de Mercedes?” Rd
En una esquina del edificio había una puerta que daba
acceso a una escalerilla que conducía a un alargado pasillo,
en uno de cuyos extremos veíase una puerta que daba a las
habitaciones de Blanca Nieves,
El ladrón misterioso sacó una linterna y sus mortécinos
rayos alumbraron el pasillo. Al llegar a la puerta mencionada
la» abrió con un llavín que sacó de uno de los bolsillos de su
abrigo.
Sin rechinar, la puerta giró sobre sus goznes y dejó paso
libre a don Juan Manuel, el cual, sin tropezar con ningún
mueble, llegó hasta la aleoba de su hijo.
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“No está cerrada la puerta-—se dijo--. Entramos y. 8a-
”
. quémosle de aquí si quiere seguirme.