LA LEVY ¡DEL AMOR 933
—Mucho. Me ha dado en un hombro y me parece que me ha
herido de gravedad.
—No tardaremos en llegar a la casita donde está el doctor.
El te curará la herida.
Voy desangrándome y 10 sé si podré, sostenerme hasta
llegar adonde tú dices.
— Abrázame bien. ¡Mira, mira! Ya hemos llezado.
Y el gitano, al decir esto, tiró de las bridas de la jaca. Acto
geguido saltó a tierra.
—Arrójate a mis brazos, Jósita.
La gitana lo hizo así, y entre su esposo y don Juan, que
estaba en la puerta, la llevaron a la cocina, donde ardía un
montón de jara seca.
Al resplandor de las llamas el médico 12 examinó la he-
rida y vió que la bala sólo le había rozado el hombro. No
obstante, salía de ella un hilillo rojo y tenía todo el vestido
manchado de sangre.
—Si la bala hubiera penetrado un poquito más abajo la hu-
biera matado—dijo Aracil.
La gitana no apartaba del médico sus ojos de azabache,
y cuando, tocaba su carne se estremecía como si lava ardiente
corriese por sus venas.
Don Juan le hizo una sencilla cura y le dijo que ya la
haría otra más minuciosa en cuanto tuviera medios para ello.
Alí sólo pudo retenerle la sangre y ponerle sóbre la herida
un pañuelo blanco empapadó de agua.
Moisés le contó lo ocurrido y lo que había convenido con
Justiano.
—¿No nos delatará?—inquirió el médico.
-—No tema, señor doctor. Justiano es un hombre muy formal,
que no hace traición a Sus amigos.
Muy poco más hablaron, y. cuando vieron que amanecía