LA LEY, REL AMOR 2919
ver que el agresor alzaba la mano armada con una navaja
se interpuso entre los dos, recibiendo en el pecho la puñalada
que le eausó la muerte,
rusa y continuó:
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y
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—Jeromo, como así se llamaba, era Un serviGot ¿M4)
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ed no sospecha quién pueda ser ese hombre?
¿Ni sospecha quién pueda haber armado esa mano?
—Aunque lo sospeche... ' :
y Qui dó unos momentos silencioso.
SEN: OI aque sospeche no puedo denunelarle
No—musitó—. Aunque sospeche no puedo denuncialie,
No tengo la seguridad, y mejor quiere que quede impune el
Crimen que acusar a un inocente,
—Es que ha, muerto un hombre, y su muerte no puede
Quedar impune.
—Pero temo equivocarme, y mi equivocación puede costarle
Muy cara a quien quizá no sea culpable.
al
SL Na Ta Tmatioi han so
To. La Justicia no obrará a la ligera.
—Bien; hay en Madrid un hombre y un mo” Vayie:
Ten muy mai.
—¿ Quiénes son ese hombre y ese mozo?
El mozo, se llama Abelín; el hombre don Alvaro Mala-
espina.
Y Manuel dijo al juez dónde vivían sus dos enemigos.
—¿No puede usted darme más detalles?
-—No, señor.
El juez llamó al señor Abelardo, y éste le dijo lo que ya
saben nuestros lectores. El no había conocido a don Julián
Torrero hasta la noche en que cayó desplomado a la puerta de
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sú casa.
—Meo dijo que se había roto los huesos de la rodilla. Yo le
a ha pasado el día de hoy. Yo
ara
alquilé una aleobita, y. en e