LA LEY DEL AMOR 2983
Isabel no insistió, poniéndose más colorada que las cere-
238. Y el caso era que ella también empezaba a quererle.
“Me gustaría que no fuese hermano mío para que pudiera
Quererme”, pensó para sus adentros.
¿Quién podría sacarla de la duda que la atormentaba?
¿Acaso el abuelo del joven?
Este no salió en toda la mañana de la casa por no dejar
Sola a la niña. ¡Qué bonita estaba de luto! ¡Parecía una Do- *
lorosa de Salzillo!
Algo más de las dos de la tarde serían cuando un coche
$e detuvo ante la puerta de la quinta.
pe Es la hora de marcharme—-le dijo el gitanillo a Tsabel—,
¡Adiós, hermanita! :
Y la besó en ambas mejillas, más blancas que las mismas
W%ucenas. Isabel le devolvió la caricia v le dió un puñado de
billetes,
<—Toma, para que no te andes con misérias,
Alvarito bajó a la calle y se unió a Jordán y al “Tejerita”,
—Al Depósito judicial —dijo este último al chófer.
A los pocos minutos se hallaban frente a la puerta del De-
Dósito judicial. Jordán y “Tejerita”, descendieron del coche.
—¿Tú no nos acompañas?—le preguntaron a Alvarito.
—No—repuso el joven—-. Los muertos me inspiran mucho
Miedo.
—Quédate, pues, ahí...
Y se dirigieron a la entrada de la fúnebre mansión. Una
docena de coches y un soberbio autocar ocupaban gran parte
de la calle de Santa Isabel. Muy pronto llegó una carroza do-
lada, en cuya parte superior veíase un arcángel con las alas
“Xtendidas,
Al Mocar a la puerta se detuvo, y entonces Alvarito ordenó