LA, LEY DEL, AMOR 1955
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“Y apoyando su cabecita de muñeca en el roviro de Aracil
le hizo que aspirase el hechizo de sus cabellos, m2ás rubios que
un trigal sevillano,
—¿La quieres mucho?—le preguntó en voz tan queda que
no se enteró Mercedes.
—¡Naturalmente que la quiero! ¿Qué te creías tú?
Hubo un silencio, que se prolongó hasta que llegaron a la
calle del Arenal,
Sube y haznos compañia un rato—le dijo Marilina.
Manuel accedió y subió con las dos amigas la escalera,
siendo él quien tocó en el timbre de la puerta. :
Al momento apareció en el umbral doña Rosa, la cual se
lleyó un dedo a la boca cuando vió a Manuel.
¿Qué pasa?—le preguntó éste en voz baja—. ¿Qué me
quiere decir?
-——(Que en la salita hay un señor que quiere hablar con doña
Marilina. '
—¿Qué señor es?—inquirió ésta, poniéndose nerviosa—.
¿Le ha dicho su nombre?
—Adolfo Jordán,
—¡Ah! Ya sé quién es. Se trata de la persona que adminis-
tra los bienes de mi marido en España.
Y con paso: majestuoso entró en la. casa. Manuel y Mer-
ceditas la ai on; pero aquél se ocultó en una alcoba para
escuchar desde allí lo que hablaban.
—Buenas noches—saludó al entrar en la habitación donde
la esperaba el administrador de su esposo.
—Buenas noches, señora, Aquí vengo con una misión bastan-
te delicada. Ya supondrá usted. en nombre de quién vengo.
—pí, señor, Me figuro.que viene en nombre de mi esposo,
el cual, si quiere a otra mujer. no debía acordarse de mí para
nada