3030 LAURO LAURI
“¿Cómo está mi sobrino aquí?—preguntóse abriendo des-
mesuradamente los ojos—. ¿Quién le habrá traído a este an”
tro infernal?” :
Don Juan tenía fundados motivos para aborrecer las dro*
gas malditas, que habían matado o, por lo menos adormecido,
la inteligencia de su padre. Don Juan, cuando sorprendía UN
fumadero de opio lo cerraba y multaba o mandaba meter en
la cárcel a su dueño. Al ver medio muerto al hijo de su her-
mano sintió que la sangre se le subía a la cabeza.
-—¿ (Quién ha traído aquí a este joven?—inquirió.
——Un servidor—dijo un indígena que estaba al lado de Ma-
nolito Aracil.
—¿Tú? ¿Y quién eres tú?
—Tao-Mao, el servidor de la Misión. Hemos venido esta
mañana a vender las pieles de dos tigres que matamos hacé
unos días.
—¿Y quién te ha mandado traerlo a esta casa? ¿Quieres de”,
círmelo? .
«—El propio doctor, que quería soñar para ver a su madre, :
Onedas detenido. ; |
Tao-Mao fué Hoyado a la cárcel, y Manolito, a caza de
dov Juan. Hecha esta peovnoña aclaración, reanudemos el hilo
dé nuestra narración en el momento en que Manolito le dijO
a su tío que el abuelo había desaparecido de la casa.
iré que buscarle por toda la ciudad—dijo el hijo ma-
yor «del * Misterioso”,
—$Si quiere usted que le acompañe, lo haré con mucho gus-
to. Ya me noto bien.
No. Tú aún no estás bien del todo, y te hacen falta oftros
dos días de descanso. |
¿Qué dirán de mí en la Misión?
li endo lo
-— Mañana mandaré a un hombre ton una earía