LA LEY DEL AMOR
Manuel pagó con esplendidez los derechos de la Iglesia, y
don Honorato lés dió cien pesetas a los monaguillos.
—Marchemos adonde ayer te dije—murmuró al oído de
Manuel.
—Marchemos adonde quieras—repuso Aracil, que se había
sentado al volante.
Y puso el coche en marcha. El de don Honorato les si-
guió a corta distancia.
—¡ Aranjuez! —exclamó Manuel después de recorrer Cua-
"enta y siete kilómetros—. ¡Aranjuez!