Full text: [2] (2)

-3154 LAURO LAURI 
podemos dejar un instante, Anoche murieron dos, qu 
enterrado al amanecer, 
Y Fray Juan miró a la Hermana Mercedes de un modo 
suplicante, 
—Márchese a dormir, Padre, que yo ya he dormid 
hora junto al lecho del doctor. 
—No, hija mía. Mientras no recorra, una por una, toda 
e hemoS 
y una 
g las 
casitas, no podré dormir, y 
Y saliendo del hospital se dirigió a las márgenes del Sal- 
gón, donde entre los matorrales había varios atacados. | 
Uno de ellos era un niño cuyos padres acababan de morll. 
- El pequeño, que tendría unos dos años, estab» heladito 
de frío, y Fray Juan lo cogió y lo abrigó con su hábito de eS" 
tameña, 
—Salgamos de aquí, angelito mío, 
Y sin soltar al niño fué recorriendo la orilla del 110, excod* 
trando doce enfermos y un muerto. ¡Qué dolor no poder dar 
los medicamentos necesarios! Ni medicinas ni alimentos, pues 
los indochinos, al huir del cólera, se habían llevado todo € 
eanado de la Misión. 
Tres días llevaban los misioneros sin tomar más alimento 
que unas acelgas y un puñado de arroz cocido. 
Dos de los atacados, que habían mejorado bastante $0 
agarraron al hábito del religioso llorando de hambre. 
—¡Que estamos agotados! ¡Que no nos podemos move? 
aquí, Padre! 
—¿Queréis que os leve al hospital? Allí no caben más; pero 
de 
$1 QUerélS,.. 
-—Queremos, Padre Juan. Aunque aquí respiramos un astro 
más puro, queremos estar con nuestros hermanos para que e 
morir nos señalen el camino que conduce a Jesucristo. 
—Bien—le dijo a uno de ellos, que le había cogido una man
	        
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