-3154 LAURO LAURI
podemos dejar un instante, Anoche murieron dos, qu
enterrado al amanecer,
Y Fray Juan miró a la Hermana Mercedes de un modo
suplicante,
—Márchese a dormir, Padre, que yo ya he dormid
hora junto al lecho del doctor.
—No, hija mía. Mientras no recorra, una por una, toda
e hemoS
y una
g las
casitas, no podré dormir, y
Y saliendo del hospital se dirigió a las márgenes del Sal-
gón, donde entre los matorrales había varios atacados. |
Uno de ellos era un niño cuyos padres acababan de morll.
- El pequeño, que tendría unos dos años, estab» heladito
de frío, y Fray Juan lo cogió y lo abrigó con su hábito de eS"
tameña,
—Salgamos de aquí, angelito mío,
Y sin soltar al niño fué recorriendo la orilla del 110, excod*
trando doce enfermos y un muerto. ¡Qué dolor no poder dar
los medicamentos necesarios! Ni medicinas ni alimentos, pues
los indochinos, al huir del cólera, se habían llevado todo €
eanado de la Misión.
Tres días llevaban los misioneros sin tomar más alimento
que unas acelgas y un puñado de arroz cocido.
Dos de los atacados, que habían mejorado bastante $0
agarraron al hábito del religioso llorando de hambre.
—¡Que estamos agotados! ¡Que no nos podemos move?
aquí, Padre!
—¿Queréis que os leve al hospital? Allí no caben más; pero
de
$1 QUerélS,..
-—Queremos, Padre Juan. Aunque aquí respiramos un astro
más puro, queremos estar con nuestros hermanos para que e
morir nos señalen el camino que conduce a Jesucristo.
—Bien—le dijo a uno de ellos, que le había cogido una man