LA LEY DEL AMOR 3137,
—TNo está muerto—dijo al comprobar que su corazón latía,
Mnque muy débilmente—. ¡No está muerto!
No lo estaba; pero el sueño y el cansancio habían po-
dido Más” que su naturaleza, haciéndole que cayera al suelo
desplomado.
Quince días sin dormir nada más que alguna que otra
hora habían acabado por rendirle y agotarle. En aquel mo-
Mento no le hubiera despertado ni una descarga de artillería,
Fray Juan Bautista lo movió con suavidad, pero no lo-
8rÓ que hiciora el más leve movimiento.
“Tendré que llevar a este desdichado al hospital de la
Misión”, musitó, compadecido.
¿Y trabajosamente volvió a colocar sobre sus espaldas al
Mdochino.
Un cuarto de hora después llegaba a la Misión y-lo de-
Dositaba en un mísero jergón. Mercedes le dió la última
MWcharada. de medicina que quedaba.
T¿Y qué hacemos ahora, Dios mío?
Volver a por Fray Bernardo—repuso Fray Juan
Y de nuevo abandonó el hospital, desapareciendo en las
inbras de la noche. ¿