LA LEY DEL AMOR
Yo, al aceptarlo, no creía hacer ningún mal.
Y Marílina confesó a su madre que la medalla no se la
había encontrado ella, sino Martín, junto a las tapias de la
Minta.
La esposa de Aracil hizo con la cabeza un movimiento
dubitativo. Ella no veía nada malo en el rélato de su hija, má-
Xime que el joven no se la había regalado con una malsana
idea, sino por gratitud, ya que era la hija de un hombre que
lo había hecho mucho bien. El llanto y el temor de su hija
do estaban justificados.
—Marilina—preguntóle su madre-—. ¿No tienes que añadir
lada a lo que ya me has dicho? Detrás del regalo que te ha
hecho eso joven, ¿se oculta alguna cosa más que tú me ca-
llas? 8 os así, haces muy mal,
La muchacha dudó unos momentos, pero pronto se rehizo
Y siguió hablando. Martín, tan amable siempre con ella, des-
de que Adolfito había llegado a la quinta ya no la miraba,
Matando de evitar el darle hasta los “buenos días”.
—¿Qué te parece, mamá? ¿Será que está arrepentido de
aberme hecho un regalo que vale tanto dinero?
—No lo sé, hija mía. Quizá al ver que tienes relaciones con
Adolfo le pese el haberte regalado la medalla. Tú dehes ha-
blar con él mañana mismo y devolverle esa medalla pará no
tener que estarlo agradecida. *Así tendrás más libertad do
acción.
Así lo haré, mamá. ]
Mañana mismo le devolveré la meda-
lla y le diré que sólo mis padres mandan en mí.
—Así te quiero, hija mía. Si acaso ese joven te dice algo
Que no esté bien diel
Volverle la medalla.
Muy poco más hablaron, y Marilina aquel día no bajó
al jardín, permane ciendo todo el día al lado de su madre. Y
10, vienes y me lo dices a mí para yo de-