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LA LEY DEL AMOR
el mocito del mono que le robó: pero al saber que era her:
mano suyo, seguramente rompería todas e relaciones de
amistad que tenía en aquella casa, y quizá el mismo Manuel,
con toda su influencia, fuera detenido. ¡Qué bochorno pará
él verse descubierto anto sus amigos! Quizá hasta la misma
Marilina lo viese mal y sirviese de disgusto para el matrk
monio. No; él no diría nada, aunque tuviera que retorcerse las
entrañas.
Dejó que pasasen unos días, y no volvió a hablar con
Abelín, el cual una noche sacó el dinero y las alhajas fuera
de la quinta, enterrándolog en un hoyo que hizo junto al
tronco de un árbol de los que había frente a la puerta. En
una cajita de hojalata no podía tener miedo de que se los
estropease la humedad.
Quedóse sólo con algunos billetes, que ocultó en una bota
de las que se ponía los domine gos. El dinero que había robado
en el camino de Torrelodones, a un matrimonio también lo
tenía en la misma caja, que:guardaba el medio millón.
“Así, si me salgo de la quinta lo podré coger sin necesidad
de, entrar. En el desván de la casa de la! calle Mayor tam-
hién tengo un buen escondrijo.”
Tres días transcurrieron sin que Abelín saliese para nada ,
de la quinta. Ni aun por las noches lo intentaba siquiera.
Adolfíto no. había vuelto por allí, ¿Qué habría ocurrido
entre los novios?
Una mañana pasó Marilina junto al apócrifo Martín.
—Buenos días— le saludó.
—Buenos días, señorita. No parece que son muy malos.
La joven se detuvo y. se quedó mirando las flores,
—¿Quiere usted que le corte alguna?
—51;. aquella blanca que está allí.
Y señaló una flor, que Abelín se apresuró a cortarle,