LA LEY DEL AMOR 3269
tostro de marfil=, ¡Manuel, que tu hermaño es temible,
Y quizá tengamos que arropentirnos! ¡El es tu hermano, pero
tú tienos tres hijos, y me tienes a mí!
—¿Y quieres que le deje abandonado si es verdad que está
enhfermo?... No; yo no hago eso, Marilina.
Esta miró con angustia a Mercedes, quien leyó en sus
Ojos la súplica de su mirada.
—Marilina—dijo—, yo acompañaré a Manuel, y si es ciér-
lo que ese muchacho está tan grave, Me quedaré a su lado
hasta que se ponga bien. No creo que sea peor que los gal-
vajex... A las fieras se las amansa con el amor. Yo llevo esa
Wtiiaa; todas partes, y con ella he podido defenderme hasta
de los leones.
El rostro de Marilina se alegró del ofrecimiento de Mer-
cedes, y Manuel, para tranquilizar a su esposa, accedió a que
lo acómpañase la roligiosa. Cogió el botiquín y salió de la
ostancia, seguido de Mercedes,
——Tremos en el coche, y así lNegaremos antes- -Mijo Manuel,
lavando tina tranquilizadora mirada a Marilina.
Ácto “seguido se dirigió al varaje y sacó su magnifico
ato, en el que mandó subir a Agueda y a Mercedes. Ins-
talógoenvel “baquet” y lo puso en marcha, no tardando en
salir de Ta quinta por la puerta que daba acceso al Paseo del
Canal. Pisó ton fuerza el acelerador, y a los pocos momentos
so hallaban junto a la puerta de la casa donde había habi-
tado el “Misterioso” y ahora su hijo. Bajóse del coche y abrió
la“ puerta para que salieran sus dos acompañantes.
Subieron juntos al cuarto que les indicó “Agueda, cuya
Diortá abrió con una Have que sacó de un bolsillo de mano.
Manuel entró” seguidamente en la alcoba donde se hallaba
*u hermano. No le había engañado Agueda, ya que una alta
liebre le abrasaba. |