LAURO LAURI
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No tardó la doncella en Hevarle el desayuno.
Muy poco fué lo que tomó, y a las diez dió a Manuel la
medicina, el cual hizo un gesto de disgusto, dando a entel*
der que le amargaba.
—¿Qué tal estás, Manuel mío?—le preguntó con acento cas
riñoso.
—Muy bien; no sufras, Marilina; que esto no es nada. SÓlO
quiero dormir.
Y mirando a la puerta de la alcoba añadió:
—¿Ha vuelto ya Manolito? ¿Qué dice de Abelín?
—Aún no ha vuelto, y parece que va tardando. Tú no $8-
bes la inquietud que tengo por si le ocurre algo én casa de
tu hermano. :
—No creo que le ocurra nada, Ten fe en Dios.
Y Manuel, tras de coger una mano de su esposa y He"
vársela a la boca, quedóse poto a poco adormilado. Marilina
notó que no tenía tanta fiebre y lanzó una mirada al cuadró
de Jesús.
Tras de quedarse con la cabeza apoyada en el respaldo
del sillón sintió que Mi
mió. Un reloj la despertó dando las once, y el sonido de sl
lengua metálica la hizo estremecer.
“¡Qué susto me he Mevado! ¡Estaba adormilada y soñaba
que era de noche y aín no había vuelto mi hijo! Quizá desde
la casa de Abelín se haya marchado a ver los enfermos 46
su padre.” >
Algo se tranquilizó con esta idea; pero dieron las docts
y vió con inquietud que aún no había regresado Manolito:
»feo acariciaba sus sienes, y se dur-
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