LA LEY DEL AMOR 3351
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tengo muchos años y sé muy bien lo que cada hombre da de
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si, y por lo tanto estoy seguro que en mi casa no ha side.
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—No haga que me desespere más de lo que estoy. En su
quitado el dinero, y usted tiene que responder
de él, porque para algo dice que aquí no vienen más que per-
elea trascendió a la calle y no tardó en llenarse de
mesón. Abelín, que no perdía una sílaba de lo que
hablaban, sentóse en la cama y entonces se dió cuenta de que
debajo de la sábana tenía quince billetes de mil pesetas, que
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era la cantidad que le habían robado al arriero. Después de
hacer un eebleria mental se acordó que la noche anterior ha-
bía bajado a beber agua a la cocina.
“Si-——meditó—. Estuve en la cocina y me parece que cogí
una cartera; de lo que no me acuerdo es lo qué hice de ella
e
pues solamente tengo los billetes. Bien; me los guardaré en
una bota y con ellos me marcharé a Madrid, ¡Algo es algo!
Bajóse de la cama y cogiendo una bota ocultó en ella los
billetes que había robado estando sonámbulo. Hecho esto su-
bi A en E da 1
JLÓS se nuevamente y se arropo con do; Mantas, haciendose es
dormido.
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ronca parecía haber cesado y un silencio sospechoso
reinaba en el mesón.
No tardó en oír hablar nuevamente. El que más gritaba
era el mesonero, que decía que el arriero se había quedádo
con el dinero, que no era suyo, y añadía que se lo habían róba-
y
do, para no ten r que entregarlo a su dueño.
Nada dijo a ADEE y a los pocos momentos entró a darle
la medicina. El mozo, para que no sospechara de él, se hizo
el aletargado y hasta el anochecer no “despertó”. Entonces
tomó nuevamente la medicina y un poco de caldo que le llevó
el señor Juan,