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empleo que se puede dar a las riquezas es su distribución ed”
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tre los pobres?
—Así es, hijo mío. El santo de Asís decía que las fieras aolO
muerden cuando tienen hambre.
Abelín posó en el suelo su mirada, El, sin hambre, había
hecho más que morder. El había sido peor que las fieras del
desierto.
Mercedes, cuando le oía hablar así, le tranquilizaba,
—No temas, hijo mío. No temas, que la misericordia de
Dios es infinita.
Una mañana salieron en un barco mercante inglés con
le-
rumbo a Manila, El barco era de pequeño tonelaje, y sólo l
vaba para defenderse de la piratería dos ametralladoras. No
habrían recorrido más de cuarenta millas cuando vieron ocho
barcas tripuladas por chinos que parecía que trataban de obs-
truirles el paso. El capitán del barco arrugó el ceño y mandó
al intérprete que les hablase por medio del altavoz.
Así lo hizo el intérprete, « dirigiéndoles la palabra desde lA
barandilla del buque.
Pronto vió el cavitán que no se había engañado, ya que
los chinos querían abordar al barco con miras no muy gantaé:
—¿Qué queréis?—interrogóles—. Nosotros no estamos €
guerra con ninguna nación, y no llevamos nada que 08 inte”
rese. Dejadnos pasar si no queréis que'disparemos las ame.
tralladoras.
—Nosotros también las llevamos, y las dispararemos aj NO
os detentis—amenazóles un chino, que parecía el jefe de se
escuadrilla. '
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No había más remedio que aceptar la lucha gi no quer”
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caer en poder de los ladrones chinos, que, con sus harcas,
festaban el mar Amarillo.
E] capiti 24m mandó al maquinista que pusiera el motor de