3666 LAURO LAURI
paquetito a su marido, ya que el hombre, por mandarle aquel
dujero, se habría quedado sin una peseta para mejorar su
alimentación, Le hizo una tortilla de cuatro huevos y le puso,
además, medio kilo de filetes y otro medio kilo de jamón. La
merienda le costaba un pico, pero todo se lo merecía su ¿Ra-
faglillo, que era el mejor gitano que pisaba los barrios de
Medrid. La hora de entrar en la cárcel era las cuatro; pero,
coto estaba muy lejos de allí, salió a las tres y media.
“Mira si alguno de mis hijos se enterase de que tengo
tañto dinero... ¡Que no tengan noticias de ello, madre mía!
¡Que no se enteren, que ellos cuando tienen dinero no se
acuerdan dé mí! ¡Qué mala suerte he tenido con todos ellos!”
Y murmurando esto llegó a la puerta de la cárcel, viendo
a Otras desdichadas que también tenían a sus maridos allí,
“Al que haya cometido algún delito muy bien que lo
tengan encerrado, pero a.mi marido que es inocente no está
bien lo que hacen con él,” ]
¿ Y alos pocos momentos entró con el paquetito en la mano,
no: tardando en ver, tras de una reja, a su marido, el cual
al verla con el paquete abrió los ojos desmesuradamente.
¡Maripepa le llevaba un paquete! Indudablemente que
le habría dado dinero el “Besuguete”. No era malo su mozo.
—¡ Maridito de mi alma!—le dijo, medio sollozando, Mari-
pepa—. Muchísimas gracias por las doscientas pesetas que
me has mandado para que me arregle. Aquí te traigo una
merienda para que no pases hambre en unos días. ¿Quién te
ha dado el dinero, marido mío? ¿Acaso ha venido Alvarito
por aquí?
El gitano, al oír a su esposa, abrió aún más los ojos. ¿Que
él le había mandado dinero, y nada menos que doscientas
pesetas? Maripepa había bebido un. vasito por el camino
y, se le había subido a la cabeza,