LA LEY DEL AMOR 3091
de los brazos de su amante, y abriendo los ojos de una ma-
nera que parecía se le iban a saltar apuntó al camino y puso
el dedo en el gatillo.
Un minuto transcurrió, y de pronto vió, como si se in-
cendiara la arboleda, los fuertes resplandores de los faros
del auto.
Un tiro atronó la floresta, y, tras del tiro, un grito de
muerte. El millonario azteca no tuvo fuerza más que para
frenar y quedarse con la mano puesta en el pecho, donde te-
nía una horrible herida.
Tsabel, que no se asustaba fácilmente, trató de auxiliarle;
mas todo fué inútil, porque el azteca ya estaba en la ago-
nía y a poco moría.
Mientras tanto, “Tejerita” corría velozmente a través de
los matorrales, sin quitarse la ropa que le hacía parecer como
un natural del país, y al amanecer, llegaba ala ciudad de Mé-
jico, entrando en su casa, sin que aún hubiera llegado:a ella
Isabel. E
Acostóse en su cama, para no dormir, y ocultó la ropa y
el sombrero con que se había disfrazado. *