Full text: [2] (2)

3700 LAURO LAURÍI 
parece ser que su muerte no quedará impune, pues ya han 
caído en poder de la Justicia los dos indios que se supone le 
asesinaron, los euales, según me han dicho, esta mañana han 
sido encarcelados, y uno de ellos, que se ha negado a hablar, 
sometido a juicio sumarísimo. No doy un pesó por su vida, 
y creo que antes de cuatro días será ahorcado. Muy bien me- 
recido lo «tendrá, por asesinar asun hombre de su raza. La 
Justicia no'se equivoca nunca, y el que a hierro mata,:a hie- 
rro muere. Nada más, señorita, y le repito que si en algo 
puedo servirla, lo haré con el 'mismo placer quelo haeía don 
Juan, cuya: muerte he sentido como hubiera podido. sentir 
la de un hermano que hubiera querido mucho. Quede usted 
con Dios, y hasta otro: día, que quizá sea mañana, 
Y don Hipólito, inelinándose nuevamente, salió del pe- 
queño despacho, dejando sola a Tsabel. 
“Tejerita”, que había estado escuchando detrás de: la 
puerta, entró inmediatamente y oyó de labios de la jo- 
ven lo que 
don Juan. ¡Isabel millonaria! 
No le hizo mucha gracia aquella suerte, porque aquellos 
us 
e-había dicho don Hipólito sobre la herencia de 
millones serían un obstáculo que le separase de ella. 
Muy poco más hablaron; pero “Tejerita” le dijo que 
debían, en cuanto se hicieso cargo de la herencia, salir: de 
Méjico, y si no quería ir a España tomar el cammo de la 
isla de Cuba, que era uno de los países más hermosos de 
aquel continente. , 
Isabel nada le contestó; pero no le pareció mal el consejo 
de su fiel servidor. 
Tres días transcurrieron, y al cuarto fué notificada de 
que le había dejado don Juan Rodríguez heredera de' ocho 
millones, de los que podía disponer el día que quisiera en el 
Banco Nacional de Méjico,
	        
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