Full text: [2] (2)

2072 LAURO LAURI 
—Quizá te traiga a una mujer para que te sirva de doncella. 
—¿Rosina? . 
—$Sí. Rosina estará aquí mañaña, antes de que anothezca-y 
tú podrás saciar en ella tu rencor. 
Niña Isabel sonrió. Todo'lo daba por bien empleado con 
tal de tener un día bajo su férula'a la mulata. 
—Todo lo que tú hagas me parecerá bien hecho—repuso > 
hija de don Alyaro. 
—¿Te parece bien que me acuieste a dormir para tener des- 
pués los sentidos despejados? 
—¡Muy bien! Puedes acostarte cuando quieras; pero entra 
a verme antes de marcharte. 
—Así lo haré, niña mía. Ahora come todo lo que tengas 
ganas. 
Y diciendo esto salió de la alcoba; cerrando la puerta con 
llave. 
“No quiero que entren a verla y le dirijan insultos”, mu- 
sItó. 
Junto a la puerta había un banco de madera, y en él se 
tendió. 
No tardó en quedarse dormido, teniendo que despertarlo 
“Aguila Blanca” a oso de las diez. 
—¡ Arriba. Juan, que ya son las diez! 
Hizo un movimiento brusco y se incorporó. Junto a él se 
hallaban los cuatro indios que tenían que acompañarle al Bos- 
que Grande a por la contestación de don Alvaro. Uno de ellos 
levaba al hombro unas alforjas multicolores. 
-—Tenéis que Nevar cada uno un centenar de cartuchos—les 
dijo el “Jefecito”. 
—Y algunos más—repuso uno de:ellos. 
El médico, después de despabilarse, salió a la Pes y bes 
que tenían los caballos ensillados,
	        
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