1868 LAURO LAURI
—¿Te la has llevado a casa de don Abel?
—AMí la he tenido todo el día. Por cierto, que a don Abel
le ha llamado mucho la atención.
— ¡Hombre! Tendré que decirle algo a ese señor—-repuso
Aracil en tono jovial.
—i¡Ja..., ja..., jal—rió la “Marquesita”—. ¡Un hombre que
puede ser mi abuelo!
Blanca arrugó el ceño, y los tres subieron al cuarto. Don
Juan estuvo poco más de una hora, y al despedirse miró a su
tía y la besó.
—Que no seas celosa—le dijo—. ¿No ves que eso:ps ridículo
en un sesentón ?
Blanquita rió la gracia y entró en su cuarto. En el suyo
ya estaba acostada la “Marquesita”.
“No la volveré a llevar”, meditó.
Tras de arreglar el mobiliario de la casa, en el que se no-
taba cierto desorden, se acostó, no tardando en dormirse.
Algo más de una hora llevaría adormilada. cuando oyó
algo así como la respiración de un hombre en la puerta de
su alcoba,
-—¿Quién está ahí?—quiso murmurar, sin que saliese ni un
sonido de su garganta.
María Lusia dormía no muy lejos de allí. ¿Y si la llamase
para que ella alborotase y sus gritos echasen al hombre de
allí?
¿Y si estuviera soñando? ¿No sería un sueño como los que
la atormentaban muchas noches?
¿Y si fuera el alma de su esposo, que desde el otro mundo
volvía a la Tierra para pedirle cuentas de sus amores con don
Abel?
Hizo un movimiento para ver si despertaba; pero no... No
dormía. El hombre, el alma o la forma astral avanzaba y le