Full text: [2] (2)

1868 LAURO LAURI 
—¿Te la has llevado a casa de don Abel? 
—AMí la he tenido todo el día. Por cierto, que a don Abel 
le ha llamado mucho la atención. 
— ¡Hombre! Tendré que decirle algo a ese señor—-repuso 
Aracil en tono jovial. 
—i¡Ja..., ja..., jal—rió la “Marquesita”—. ¡Un hombre que 
puede ser mi abuelo! 
Blanca arrugó el ceño, y los tres subieron al cuarto. Don 
Juan estuvo poco más de una hora, y al despedirse miró a su 
tía y la besó. 
—Que no seas celosa—le dijo—. ¿No ves que eso:ps ridículo 
en un sesentón ? 
Blanquita rió la gracia y entró en su cuarto. En el suyo 
ya estaba acostada la “Marquesita”. 
“No la volveré a llevar”, meditó. 
Tras de arreglar el mobiliario de la casa, en el que se no- 
taba cierto desorden, se acostó, no tardando en dormirse. 
Algo más de una hora llevaría adormilada. cuando oyó 
algo así como la respiración de un hombre en la puerta de 
su alcoba, 
-—¿Quién está ahí?—quiso murmurar, sin que saliese ni un 
sonido de su garganta. 
María Lusia dormía no muy lejos de allí. ¿Y si la llamase 
para que ella alborotase y sus gritos echasen al hombre de 
allí? 
¿Y si estuviera soñando? ¿No sería un sueño como los que 
la atormentaban muchas noches? 
¿Y si fuera el alma de su esposo, que desde el otro mundo 
volvía a la Tierra para pedirle cuentas de sus amores con don 
Abel? 
Hizo un movimiento para ver si despertaba; pero no... No 
dormía. El hombre, el alma o la forma astral avanzaba y le
	        
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