2194 LAURO LAURI
Al amanecer del día siguiente hizo el equipaje, y, a las
doce tomaba, por vía aérea, el camino de La Habana,
—¿Qué te parece, “Tejerita”?—le interrogó al mozo, mien-
tras el avión volaba por encima de las turbulentas aguas del
Golfo de Méjico.
-—Que un viaje por el aire es encantador
Aunque más arriesgado, ¿no?
=—No lo crea, ya que también los trenes descarrilan y, nau:
fragan los barcos.
Don Alvaro sonrió y se puso a mirar a la superficie azul
lel mar Caribe,
Al filo de las dos vieron la alargada superficie de la isla
lo Cuba.
-—Allí está la más bonita de las Antillas, con sus bosques €
inmensas riquezas de tabaco y azúcar.
Muy poco tardaron en aterrizar en un magnífico aero-
puerto de La Habana. Tejera ayudó a bajar la escalerilla a
Malaes pina, el cual parecía estar muy jubiloso.
—Espere que venga con un auto, señor. Aquí, junto a esta
mesa, |
Don Alvaro vió que se hallaban junto a la terraza de un
safé, y se sentó en una silla de mimbre.
—No tardes en regresar, “Tejerita”.
—Muy poco, señor.
Y salió del aeropuerto, regresando en un taxi que con:
ducía un mulato,
Malaespina, que se tomaba en aquel instante un rebreseo
de 00 invitó al chófer y a “Tejerita”
sentaos y pedid lo que queráis.
Así si lo hicieron, y tras de tomar lo que les sirvio un cáma-
rero se encaminaron hacia la ancha y alquitranada carretera
que conducía a La Habana,