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LA LEY DEL AMOR 2229 
—No lo sé. Es alto, muy moreno y tiene unós ojos que cuan- 
do miran apuñalan. 2 
—Quisiera yo saber su nombte y domicilio, para hablar 
con él, 
—Pues yo no lo quisiera—musitó Marilina. 
Muy poco más hablaron. 
Marchóse Rosita, y cuando Manólito y Mari. estuvieron 
en sus habitaciones, Marilina llamó a Manuel. 
—Necesito hablarte—le dijo—. Esperemos a que se hayan 
acostado los muchachos. 
—¿Tan grave:es lo que tienes que decirme? ¿Hay más de lo 
que me habéis dicho? 
—Mucho más. ¿No adivinas quién es el hombre que ha be- 
sado a la pequeña Marilina? 
—¿Quién es? 
—Mi esposo, Alvaro Malaespina, que indudablemente leno- 
ra que es su propia hija. 
—¿Don Alvaro Malaespina? ¿Ese maldito hombre? 
—El mismo. El no debe haberme visto. 
—¡Ah! 
Manuel sintió un profundo coraje. ¿Don Alvato-en La 
Habana? ¿Alegaría sus derechos de esposo y reclamaría a 
Marilina? Al pensar esto la sangre agolpóse en sus sienes. 
—Marilina—dijo—, y si ese hombre decide reclamarte y 
te denuncia ante los Tribunales, ¿qué harás tú? 
—¿Hace falta que te lo diga, Manuel mío? ¿Temes que me 
marche con él y te abandone? 
Y en los ojos de Marilina se pudo leer el amor que sent? 
Por su amante. 
—Manuel—dijo—, ¿quieres que nos marchemos de La Ha- 
bana? 
—¿Marcharnos? ¿Tú sabes lo que dices, Marilina?
	        
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