LAURO LAURI
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—Ante tal cinismo, le solté una bofetada, No sé si hice bien
o si hice mal. En aquel instante ignoraba que estuylese muti-
lado.
—Ni que era el esposo de tu madre, ¿no?
—Ni el esposo de mi madre ni el abuelo de su niña,
Ante la salida de Manolito coloreóse el rostro de don Juan.
—No—dijo—. Malaespina no es el abuelo de mi hija.
—El hombre que niña Isabel tiene en el retrato de un dije
es él E
Don Juan no contestó, y Manolito no insistió por temor a
disgustarle. Nada ocurrió durante aquel día y el siguiente, y,
al tercero don Juan salió de la casa muy temprano, diciendo
que marchaba a La Habana y que regresaría al nocheger.
“Me alegro mucho que me deje sola con M anolito-—dijo,
para sí la hija de don Alvaro—. Así podré hablar con él y de-
cirle lo que siento.”
Y. a eso de las diez de la mañana le invitó a dar un paseo
con ella hasta un bosquecillo.no muy distante de la casa.
—¿Te parece bien que nos preparen la comida y pasemos el
día allí?
—Lo que tú quieras.
—No hay más que hablar.
Manolito, que por no haber obtenido los informes que
quería estaba ya deseando marcharse a su casa, accedió, y a
los posos momentos salía con niña Isabel, la cual llevaba una
pequeña cesta en la mano.
Hacía un día hermoso y ni una sola nube empañaba la
bóveda azul. Sólo un ligero airecillo movía la fronda de la
arboleda tropical.
Después de caminar como cosa de dos kilómetros llegaron
al bosquecillo, que tenía un pequeño manantial, cuyas aguas
formaban un arroyuelo.