LA LEY DEL AMOR
—¿Me vas a secuestrar para pedir por mi rescate otros cua.
tro millones de pesos?
—Voy a cortarte la lengua para que no la tengas tan vene-
nosa y hables más de lo debido.
—Agquí no estás entre los indios de las montañas de Méjico:
aquí no vale el “fierro”,
-——Bien; ya hablaremos.
-—Todo lo que-tú quieras, pero esta nocne, ya que manana
no estaré aquí.
—Mañana, pasado y todos los días que yo quiera. Todos te
aras diría que estabas loca y te
encerraría en una casa de salud.
—Y yo diría otra cosa de ti que te haría más daño.
-—¿Qué podrías decir?
-—(Jue secuestr
creen hija mía, y si te march
ando a una niña inocente le sacaste cuatro
millones de pesos a don Alvaro Malaespina.
—Ya sabes que por ti no daba ni ún peso, y que si dió algo
fué por Rosina, a la cua] atropellaste con la moto, dejándola
inalherida. E
—Todo eso es una fábula inventada por ti, que nadie creerá.
—Bien, bien. Aquí te quedas,
Manolito no tuvo más tiempo que el necesario para llegar
a su alcoba y encerrarse en ella. Don Juan salió y cerró con
llave la puerta de la habitación de la niña.
“¿Qué es esto ?-—preguntóse Manolito—. ¿Que Isabel no
es hija suya? ¿Que ha estafado cuatro millones de pesos a don
Alvaro? ¿Que está celoso de mí?”
Y mientras más se esforzaba en aclarar aquel enigma, me-
LOs lo entendía,
“—Me marcharé en cuanto amanezca—se dijo—. Me mar-
charé sin despedirme de mi tío.” :
Y sentóse en una silla dispuesto a esperar la llegada de