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1882 LAURO LA
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«¡Si supieras lo que anoche me acordé de til—le dijo para
tranquilizarle.
-—¡Ah, si hubiera estado yo allí con un revólver en la dies.
tra!
-—Hubieras matado al ladrón; no lo dudo.
Don Abel quedó unos instantes silencioso, mientras sus
ojos brillaban con vivo fulgor.
Algo meditaba, y. Blanca lo entendió así.
—Blanca—le dijo de pronto, como si hubiera tomado una
resolución—, ¿q ieres quedarte aquí esta noche:
—No—Tepuso—. No puedo dejar sola a la nina.
—Puedes tráertela aquí ahora mismo.
—No me atrevo—dijo Blanca Nieves, haciendo con la ca-
un movimiento negativo—. (Juecdariai
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che sería visotear mi decoro y mi lionidad
che seria pisotear mi ( ecoro y Mi (CU£nIGad.
: Y vas a cuedarte allí sola, expuesta a que te robe o te
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mate?
—Afianzavó la puerta, yen caso:de que sienta algún ruido
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me asomaré al baleón y llamaré al mitad nocturno, que en
a
a
toda la noche mueve de la calle.
uN + esnérate
,s esperale,
Y domo si de pronto una idea luminosa hubiera asaltado
1 mente, añadió:
Esta noche se quedará un agevte en tu casa, el « ual, ocul-
o en úna habitación, esperará al ladrón.
-—Tu idea me parece excelenie.
—Espera unos instantes.
Y buscando en la guía telefónica un número lo marcó en
el disco del aparato, y al momento se puso al habla con el di-
rector de una de las agencias de información más afamadas
de Madrid