LAURO LAURI
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En aquel momento entró niña Isabel, la cual, al oir esto
último, sonrió.
“¡Que es el único hombre que la quiere!... ¡En poco tiem-
no le ha entrado ese querer!”
Y miró a “su hermana” con odio.
Don Alvaro leyó en los ojos de su hija y arrugó el ceño
para manifestarle su disgusto.
—Tendré que llamarle la atención—dijo para sÍ..
Aquella noche no durmió por pensar en hermanarlas y
hacer que se quisieran, ya que si se llevaban mal su casa sería
un infierno.
“Merceditas tiene en sus ojos azules la
lina. Isabel, la ardiente sangre mía.
Y acordóse de la hecho con Rosina, y tembló por Merce-
bondad de Mari-
des.
“No mirará que es hermana suya y la matará si ve que la
distingo más que a ella.”
No dejó de pensar en Maril
“Me hubiera alegrado verla a e
ina y en Manuel Aracil.
lla. Debe de estar bellísima
on su segunda juventud. ¡Y pensar que ya no es mía!”
Una oleada de sangre le subió a las sienes.
«Mientras viva ese hombre no será raía. Quizá volviera a
mis brazos si Manuel falleciese.”
Y una mala idea le asaltó. En los barrios extremos de Las
xil pesos apuñalaban
Habana había muchos negros que por IA
al hombre más valiente de la Tierra.
“Manuel es médico y resultaría sencillo hacerle salir de
<y casa una noche.”
No tardó en ir ampliando la idea.
“En cuanto amanezca lo trataré con *
ha de poner muchos inconvenientes.”
Tejerita”. El moz0
no me