2316 LAURO LAURI
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—No puedo decirte nada sin la aprobación de Meomuel. Si yo
aceptase la herencia de mi esposo para mi hija Manuel no
le dejaría un solo peso de la suya.
—Aquí no hablamos de tu hija, sino de la de Aurora,
—De todos modos, haremos lo que decida Manuel.
Fil propósito de éste era, como sabemos, recuperar a la |
o hos
quería tiempo y astucia. Nada podía hacerse por el momento.
Y cuando M des y Marilina le consultaron, dijo:
muchacha, régresando todos juntos a España: pero el]
—Puesto que tu esposo ya nos ha quitado a la que él cree
que es su hija, podríamos regresar a La Habana.
—No hay más que hablar.
dejando aquí a una doncella.
—Muy bien. No me disgust:
Mañana mismo regresaremogs,
1 esta casa a orilla del mar.
—(Quizá algunos mao ed: vengamos a pasar ha día.
Muy poco más hablaron, y al día siguien
tren que salía a las diez de Matanzas.
tomaron el
La llegada a la casa fué apoteósica. E] que más se alegró
fué Jeromo.
—Bien, hombre, ya nos tienes aquí. La que se marchará
pronto a Madrid será Mercedes,
Manuel se hizo cargo de la consulta y Marilina del taller,
Era to y la niña reanudaron sus estudios.
“¿Seguirá en La Habana Malaespina?”, se interrogó Ma-
Buil que estaba temiendo encontrarse inesperadamente con
él en la calle,
Un día, a los seis de haber llegado de Matanzas, fué a la '
consulta un mulato.
—¿Qué te pasa, hombre?—le interrogó,
—Que tengo una úlcera en el estómago hace más de un año, q
—¿Y no te ha visto ningún médico? |
"no sólo; péro no me recetó nada, 8