Full text: [2] (2)

2328 LAURO LAURI 
y apenas salió Tejera tomó el camino de su casa, que era un 
piso bajo de modesta apariencia. 
Basilisa, que así se llamaba su esposa, al verle entrar le 
llamó a un cuarto que había en la cocina y le habló en voz 
baja. 
—Mañana, al mediodía, tienes que ir a la casita del acanti- 
lado. ¿Te lo ha dicho el señor? 
—Si—repuso Jeremías. 
—Me ha dado un billetito para que tome un coche y lleve al 
doctor a la casita, Lo que sobre ha dicho que es para mí. Tú 
ya estarás enterado de lo que se trata, ¿no es cierto? 
—Mi misión se reduce a tenderme en el jergón y. quejarme, 
diciendo que estoy muy malito. 
—No creo que eso constituya un delito por el que hayas de 
temer a la Justicia. 
—No. Tu marido no es malo, Basilisa: bien sabes tú que no 
lea... 
—Bien lo sé; pero temo te veas envuelto en algún asunto 
del que luego tengamos que arrepentirnos. 
—Hl señor me ha dicho que tiene mucha influencia, y que 
si nos detuvieran él no tardaría en conseguir nuestra libertad. 
—Me tranquilizas, Jeremías. 
Muy poco más hablaron, y el mulato se acostó para estar 
descansado al día siguiente. 
“¡Quién sabe si la próxima noche la pagaré en la cárcel o 
sobre la dura superficie de. una mesa de mármol!”, murmu- 
raba sin cesar. 
No obstante los esfuerzos que hizo por dormirse, apenas 
81 lo consiguió, pues sólo descansó a intervalos. 
Al día siguiente notóse nervioso, y al mediodía sintió un 
fuerte dolor de estómago.
	        
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