2328 LAURO LAURI
y apenas salió Tejera tomó el camino de su casa, que era un
piso bajo de modesta apariencia.
Basilisa, que así se llamaba su esposa, al verle entrar le
llamó a un cuarto que había en la cocina y le habló en voz
baja.
—Mañana, al mediodía, tienes que ir a la casita del acanti-
lado. ¿Te lo ha dicho el señor?
—Si—repuso Jeremías.
—Me ha dado un billetito para que tome un coche y lleve al
doctor a la casita, Lo que sobre ha dicho que es para mí. Tú
ya estarás enterado de lo que se trata, ¿no es cierto?
—Mi misión se reduce a tenderme en el jergón y. quejarme,
diciendo que estoy muy malito.
—No creo que eso constituya un delito por el que hayas de
temer a la Justicia.
—No. Tu marido no es malo, Basilisa: bien sabes tú que no
lea...
—Bien lo sé; pero temo te veas envuelto en algún asunto
del que luego tengamos que arrepentirnos.
—Hl señor me ha dicho que tiene mucha influencia, y que
si nos detuvieran él no tardaría en conseguir nuestra libertad.
—Me tranquilizas, Jeremías.
Muy poco más hablaron, y el mulato se acostó para estar
descansado al día siguiente.
“¡Quién sabe si la próxima noche la pagaré en la cárcel o
sobre la dura superficie de. una mesa de mármol!”, murmu-
raba sin cesar.
No obstante los esfuerzos que hizo por dormirse, apenas
81 lo consiguió, pues sólo descansó a intervalos.
Al día siguiente notóse nervioso, y al mediodía sintió un
fuerte dolor de estómago.