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LA'LEY-DEL AMOR 2339 
—No puedo decirle: a sú merced 
haya salido de La Habana. 
ide pueda estar. Quizá 
El magistrado clavó en ella sus ojos escrutadores. 
Queda usted detenidá hasta que averigúemos el par 
de su marido—dijo con acento severo. 
Y sin hacer caso del llanto de la mulata: Acida a descen= 
der el sendero seguido de sus deom; pañante 
¿No hemos hecho nada”, lamentó en voz ¿Baje 
Interrumpióse al oír entre los matorrales log aultidos de 
un mastín. 
«——Barrunta a la Muerte-—-—dit 
la mulata, mirando con te- 
ror en dirección de los matorralez= De : 
alu e AIR 
1 salió anoche el 
tiro que nos dispararon, 
—¿Estará aún metido ahí el “señorito blanco” ¿—inquirió el 
juez con cierto recelo, músrAnidO en dirección de los matorr: 
la—repuso Manolito sal 
cli 
£La 
—Quizá no' se equivoque 
interior del matorral. 
Detrás del joven saltaron $u padre y el agente que acom 
pañaba al magistrado, 
—¡Aquí hay “un hombre muerto! clamó Manolito 
fué el que primeramente llegó al lu lonce yacía, estr: 
gulado, da el “Tum! gn Vrente a Udo 001 
alto, aullaba un blaneo y lanudo mastín. 
=-¿Quién es este hombre? —1ncuirió el avente lanzande 
mirada interrogante a Manuel Aracil: 
—No lo sé-—repuso éste==. Jamás hevisto las farciones de 
este hombre. 
--Ha sido estrangulado, 
Así era,oen efecto. Benito tenía los 008 muy abi 
con expresión de terror. 
1 
tos y 
Manolito fué a llamar al juez, y éste nó tardó en acudir, 
9
	        
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