2344 LAURO LAURI
Jeremías subió muy despacio él sendero y al Ulegar a la
mitad del camino miró con terror a los matorrales.
“¡ Animo, Jeremías!”
Y se internó con decisión entre los matorrales,
“No está”, musitó al ver que ya no estaba allí el cadáver
h
de Be nitO.
Hizo un gesto indefinido y se dirigió por entre los arbus-
tos al sendero que bajaba del acantilado.
Mas de pronto se le erizaron los cabellos y se puso más
blanco que el mármol.
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——¡Alto!—oyó que le decían—. ¡Alto y cuerpo a tierra!
—¡ Ah!—tartamudeó.
— ¡Brazos en alto, o te meto un tiro en la cabeza!
El mulato, muerto de terror, hizo lo que le ordenaban el
agente:y el doctor, pues éstos eráín los que le amenazaban.
No tawdó en ser esposado y conducido al lugar donde se
hallaba Basilisa, la cual miraba con ojos asombrados al agen-
te y al doctor.
—¡Mi esposo es imocente!—sollozó—. El no ha matado a
Benito.
-¿Y a qué han vuelto por aquí?—interrogóles el agente
con severidad.
—He ouerido salir de una duda—dijo Jeremías.
—¿Qué duda es?
Que aún no sé si el muerto es mi amigo Benito.
Al cual has matado tú por no haberme matado él a mi.
No. Vo mno deseaba su muefte. ¡Se lo juro por lo que más
quiero! ;
Y bajo la custodia del agente y del doctor tomnaron el ca-
mino de La Habana,