LA *ERY-DEP
AMOR
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—Muy mal hecho. Tú no debes hablar así de mi hijo con
personas desconocidas. Te lo tengo dicho; Mari Pepa:
a muchacha no contestó y se retiró a sus habithelones un
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brete a6 cier pesetas suponia
poco diseustada; pero como el
mucho para ella, no le pesaba haber dado los infoíinesa aquel
desconocido,
| “Tan buena madre es que lo háce malo. Mejor sería qué
le diera una paliza diaria.” |
Blanca era, en efecto, una hbueña madre, y su hijo, desde
su más tierna edad, había sido para ella un pequeño tiraño.
—¡ Hijo mío, que no quiero que seás un hombre inútil el
día de mañana!
¡Bah!
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as tan escéptico, hijo mío. Quiero que estudies una
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carrera, aunque no te sirva para nada. ¿Te gustaría la de méx y
dico? :
—No. Un médico ha de tener un alto espíritu de sacrificio;
y eso me falta a mí. Yo sería. médico sólo para ganar mucho
dinero.
—¿Y qué falta te hace a ti el dinero si eres millonario?
—Pues por eso mismo, Para trabajar hay qué tener un es-
tírulo.
Y el niño, como no tenía tal estímulo, salía mal en todos
los exámenes.
Un día planteó a su madre la cuestión.
—Mamá—dijo—, no me mandes a estudiar perque no te
haré caso.
Inútiles fueron todos los ruegos y amonestaciones de
lanca. Abelín se negó a estudiar, y una mañana, muy tem-
prano, tiró por el balcón todos los libros. Unos muchachos que
basaban por allí se apoderaron de ellos y no tardaron en lle-