LAURO LAURI
2404
| —Al teléfono, doctor Artime.
¿Al teléfono?
—Bí, señor.
—Señor Malaespina, quedese un momento al lado de su hija,
—Márchese tranquilo, que no me apartaré un instante de su
lecho.
Y se dispuso a cumplir lo prometido con la mirada fija
en la puerta de la sala. Ya tardaba mucho el médico que tenía
que ponerle a niña Isabel las inyecciones de “nerviosina”
Niña Isabel dejó escapar un leve gemido.
“Parece como si quisiera volver en sí, Quizá no necesno
ese medicamento.”
En aquel momento entró el doctor en la sala,
—Soñor Malacspina—dijo—, el solega que hemos amado
no podrá venir hoy en todo el día,
—¿ (Jue no podrá venir? ¿Quién se lo impide?
—No me ha dicho el motivo.
Don Alvaro rugió como un león herido.
-—¡ (Quiero que me diga ahora mismo el domicuw ue ese 00-
lega suyo!
—No tengo ningún inconveniente en- ello. Si quiere uste
e
que le acompañe a su casa, dejaré al lado de su hija a uno de
mis ayudantes.
— 5%, señor. SBalgamos ahora mismo del establecimiento sin
perder un minuto más.
Y lanzando una rápida mivada a su hija, salió de la es-
tancia.
El médico le siguió, y cuando estuvieron en la calle le dió
al chófer una dirección que Malaespina no entendió.
—Muy ligero—-le dijo al conductor.
Así lo hizo éste, y minutos después detenianse ante 12