LAURO LAURI
Y volvió a entrar en la casa, poniéndose a observar a la
niña. No hallando en ella nada que le causara inquietud, co-
gió una silla y se sentó a la puerta de la casita.
Tres o cuatro gallinas picoteaban en el solar.
“Tendré que hacer una sopa de ajos y echar en ella un par
de huevos, con lo que tendremos para la comida y la cena,
Mañana, si no se acuerdan de traernos el dinero, ayunaremos.”
En aquel momento llamaron a la puerta del solar, vién-
dose la figura de un hombre por entre las rendijas de las
tablas.
“¡Es Julián! —exclamó Agueda al ver que era gu marl-
do—. ¡Es Julián!”
Y corrió a abrir la puertecilla de madera,
— ¡Ay que ver lo que has tardado, sabiendo que me he que-
dado con dos reales!-—le recriminó.
—¿Qué quieres, mujer? No estaba don Andrés en su casa y
he tenido que ir a buscarle al barrio de Argúelles,
—¿ Y qué te ha dicho?
Nada. Que ya había admitido a otro y que ho iba a aes-
pedirlo.
—:0ué mala suerte! —exclamó Agueda con desaliento—,
norte!
+ Hay momentos que le dan a uno tentaciones
1
G
pes Y , no. Ya trabajarás; si Dios
quiere,
Entraron en la casita y Julián lanzó ua mirada a la cama
don e dormía la niña,
—¿Qué tal está?-—anquirió.
-—No está peor, pero parece que tiene algo de iiebre, Ayer
no. estaba tan amodorradita.
—¿Ha venido alguien de la quinta por aquí?