Ea80 TAURO LAURI
“¿Quiero el señor juez que deje depositada una cantidad
en concepto de fianza? —preguntó Manuel Aracil.
—No, señor—contestó el magistrado.
-—| Entonees!
—fe puede usted marchar tranquilamente con su hijo.
-—Muchísimas gracias, señor juez,
Y todos salieron a la calle. En la puerta se hallaba, bajo
el cuidado de un muchacho, el auto de Aracil,
Este estrechó la mano que le tendía don Marceliano.
Muy agradecido, señor... Si en algo le puedo servir me
puede mandar incondicionalmente. ¿Quiere usted que le lleve
a Madrid? Ahora voy hacia allí,
—¿Me lo dice de veras, don Manuel?
—¿Y por qué le había de mentir? Llevo a mi hijo para mar
tricularle en San Carlos,
— Acepto su invitación. Mañana vendré nuevamente con un
remolcador para llevarme mi coche, semideshecho por el in-
cendio del motor,
“No hay más que hablar. Suba y siéntese con mi hijo.
Y mientras subía don Marceliano él se sentaba en el “bar
quet”.,
Acto seguido se dirigió a su casa para tranquilizar a Mar
rilina,
—No ha pasado nada—dijo a ésta, que se hallaba en la
puerta—. Escucha lo que ha sido...
Y en un momento le contó lo que le había ocurrido a $U
hijo.
-—Aquí le tienes... Dale un abrazo, que me lo llevo a BAD
Carlos para matricularle...
—¿Y me lo traerás mañana? ¿No me lo dejarás allí?
—No... Te lo traeré a eso de las dos.