1902 LAURO LAURI
—Ni una miga de pan. Y... este angelito me está sacando la
entrañas.
—¡Mira que no haberte traído aún el dinero,
—Me ha dicho que me lo. tnaerá mañana, No creo que se le
olvide, después de haberle dielao que lo necesito con urgencia,
Hubo un silencio entre marido y mujer. Julián terminó
de apurar la colilla que llevaba pegada a los labios todo el
Y
Í
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Aguctla encendió una mariposa en un vaso mediado de
—¡ Y que unos tengan tanto y otros tan poco!-—anusitó Ju-
lián
11 reloj de la estación diá las diez
—¿Qué hacemos, Agueda?
——¿Qué hemos de hacer? Aqostarnos, a ver si podemos yon-
ciliar el sueño.
En aquel momento llamaron a la puerta del solar, hacien-
do que se estremeciera el matrimonio,
—¿Quión será ?-—inquirió Agrueda—. Ya son más de las, diez.
-—No te muevas tú, que yo saldré,
Y Julián, saliendo de la «asa, se dirigió a la puertecilla
de madera, abriendo ésta y viendo a un hombre en la calle
—¿Qué quiere usted?—le inferrogó con aspereza,
óú
¿Agueda Martín?
óú
—Agueda Martín es mi espoja. ¿Qué es lo que quiere usted
ec el a?
—Me manda el sei ñor Jordán a traerle el dinero y a ver cómo
-—¡Ab!-—dijo, dulcificando el acento, el esposo de Aguedi-
ta—. Pase usted, señor, Mucho cuidado al pisar, que este te-
rreno es muy desigual y puedle tropezar. y hacerse daño,
—Muchas gracias, amigo Julián,