LAURO LAURI
¡ba al subterráneo. Marisole cogió una ln-
tera, la encendió y empezó a bajar la escalera.
—Echa el cerrojo a la puerta del cuarto y sígueme-—le dijo
a Abelín
Aci lo hizo é y tras de bajar al sótano, interrogó a la
“Andaluza”, la eual acababa de calgar la linterna en una es-
carpía
-—¿Hsto es una bodega o una sueursal del infierno?
—iisto no tiene precio pata el que necesita huir de la po-
—¿Y, caso necesario, no se puede también huir por los bal-
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cones, que están a muy poca altura del suelo?
»
Marisole echóse a .reír al tomar por pusilanimidad la as-
tucia del joven.
— ¿Te da miedo, hito mí0?—le interrogó.
—No sé lo que es miedo—repuso con altanero acento el
hijo del “Misterioso
me gusta que seas! Mira, la habitación más obseura
la de la casa es ésta. Bíetieme.
cogiendo la linterna atravesó la destartalada habita-
ción y se dirisió a una pyerta que había a la izquierda de la
escalera, Abelín la siguió.
—No es que esto sea el *
11” del Ritz, pero se puede estar
en ella,
Y empujó la puerta, que cedió inmediatamente.
Entraron en ella los dos. Marisole encendió un gloho es-
merilado.
"¡Mira qué habitación!
El hijo de Blanea miró y vió que tenía un decorosó mobi-
liario: un aparador, una cómoda, una caña, una mesa; cua-
/,
tro sillas y un sofá de anea, En un rincón, una estufa, que
debían de encender en el+invierno, Abelín sentóse en el sofá.