Full text: [2] (2)

2348 LAURO LAURI 
-—No, señor; no sOy extranjera, sino mejicana. No sé sl sa- 
brá usted que la mayor parte de los americanos miramos € 
España como si fuera 1 uestra tierra. 
—No he querido molestarla. 
y Nada, nó hablemos más de e llo. No tarde usted en madl- 
. darme la comida, que no he tomado más que el desayuno, Y, 
/ eso ha sido en Madrid. 
Y subió a su cuarto, 
E Una de ellas tenía un balcón que miraba a la 
4 Tajo. 
Halláb ase abstraída mirando los 
4 
el cual constaba de dos habitaciones. 
arboleda del 
álamos y las azules 
aguas, que se deslizaban mansamente, cuando llamaron a la 
J puerta, 
j “La doncella, que vendrá con la comida”, musitó, 
'Así era. Una done sella entró con el servicio, que dejó encl- 
Í ma de la mesa. 
—¡Hombre! ¡Una morenita! —dijo Isabel al ver que era 
una bella mulatita que no tendría veinte años y que llevaba 
y el blanco delantal de las doncellas, 
—$í, señorita. No puedo negar que soy mulata, con gran dis" 
gusto mío. 
—¿Qué tierra es la tuya? ¿Cuba o Puerto hico? 
—Madrid. 
—¿Madrid? ¿Tú eres de Madrid? No lo parece. 
| —Es que mi abuelo era mulato. Digo que era porque y? 
nace muchos años qué ha muerto. 
l -—¿Y tus padres te tienen aquí, donde te darán un máseró 
sueldo? 
loce o. más hor? 
-——Tan mísero. Quince duros al mes por C 
de servicio. 
—¿Y no te sacan tus padres!
	        
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