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LAURO LAURI
agente, ya que el otro, que estaba muy nervioso, no despegaba
los labios para hablar.
Este y el guarda salieron de la habitación, dejando solo 2
Manuel, que era el apócrifo agente. El otro era su hermano
Juan. |
Al verse solo, el amante de Marilina empezó 'a exanuntl
las baldosas del piso una por una.
“¡Ah!—exclamó de pronto—. Esta. es.”
Y se arrodilló para examinar detenidamente la bado
que había llamado su atención. '
“Aquí debe estar-—murmuró—., Si no me engaño, deba)
de esta baldosa debe estar oculto el tesoro.”
Registróse los bolsillos, encontrando en uno de ellos UM
bisturí, con el que el día anterior había operado a un niño de
unos diez años.
l
las juntas de la baldosa que la noche anterior había arrancado
/
“Tú me yas a servir de mucho”, musitó, hurgando con €
,
Abelín,
No tardó en sacarla de su sitio y en tocar la tapa de la
cajita de hojalata.
. Una sonrisa de triunfo se dibujó en sus labios.
“Que sea Juan el que la saque—musitó—. Yo no quier?
abrasarme las manos.”
Y asomándose a la puerta, lo llamó.
—i¡Juan!... ¡Entra, Juan!
El médico entró.
—Mira —le dijo su hermano—, me parece que en esa ca 12
tienes el tesoro.
—¿Y por qué no la has sacado tú? ¿Acaso te figuras qué 192
a desconfiar de t1?
—NO, ya que plen sabes tú que no quiero participar de bi
dinero,