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LA LEY DEL AMOR 2741 
A 
—$8í: él se la ha Hevado. Pero esta noche vendrá a entregár- 
telo y a decirte que no te guarda rencor. 
—Me volví loco y no supe lo que dije 
—Bien; acudamos al lado de ese MA ANO y restañemos la 
sangre de su herida. 
Y Manuel cogió de un armario el botiquín, en el que lle- 
vaba varios instrumentos quirúrgicos y algunos medicamen= 
tos. , 
Muy pronto estuvieron junto al mozo de la taberna de 
Marisole. Manuel, antes de bajar, encendió la bombilla elée- 
trica. 
-No es tan pequeña la herida—dijo al destaparla. 
—Tropezamos los dos de tal manera que bien pudimos ha- 
bernos matado. 
—Sí; hubiese podido ser... 
Y tras de hacerle un lavado de la herida, vertió en ella 
unas gotas dé un líquido amarillento, haciéndole una eura tan 
bien hecha como lo hubieran podido hacer en una Casa de So-w 
porro. ; 
—Ahora hay que procurar atajarle la fiebre, que la tiene 
muy alta. 
— ¿Qué medicina le vas a Jar para ello? 
—Es 
Y RIO la boca le derramó en la lengua una gota de 
arguyó M: tuel,. 
un líquido incoloro. 
El efecto fué instantáneo. El mozo abrió inmediatamente 
los ojos, mirando con incoherenecia en torno suyo. 
¿Dónde estoy ?—preguntó—. ¿Quién me ha traído aquí? 
-¿No te acuerdas?—le interrogó don Juan Manuel, 
—¡ Ah! : 
—No te muevas hasta que yo no te lame—le dijo Manuel— qe 
Nosotros dormiremos en esa otra habitación. 
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