LAURO LAURI
“¿Y si pasara por la calle Mayor para ver si veo a MÍ
madre asomada en su balcón? Me tachará de mal hijo, y tiene
razón...”
Y sin saber el motivo, notó que sus ojos estaban llenos de
lágrimas.
“¡Bah! Me he vuelto muy sensible.”
Hizo un movimiento con la cabeza y tomó el camino de
la citada calle. Quería ver a su madre. Nunca había sentido
tantas ganas de hacerlo.
“¡No sé lo que haría por darle un abrazo! Daría hasta
el último billete que me queda en el bolsillo, y los doce mi-
llones, si no me los hubiesen robado.”
No tardó en estar frente a la puerta de su casa.
“¿Qué es esto? ¿Quién se habrá muerto que está el portal
cerrado?”
Miró a los abiertog baleones y creyó distinguir un res-
plandor rojizo.
“¿Qué ha pasado? ¿De qué será ese resplandor que ereo
distinguir?”
Miró fijamente y le pareció que en el techo de la habi-
tación de su madre había una nubecilla de humo,
“Quiero salir de dudas”, dijo, dirigiéndose al portal.
En éste se hallaba un hombre de edad madura, con un
uniforme azul y una gorra econ un ancho galón dorado. En la
mano tenía un montón de esquelas. á
Abelín acercó:e a él y le detuvo cuando iba a salir a la
calle,
=¿ Me hace el favor de declrme quién se ha muerto en esta
'asa?—le preguntó.
—Una señora de unos cuarenta años de edad.
—¿Pabe usted su nombre?