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Abelín no contestó y se dirigió al recibimiento. La don-
cella entró antes que él y le miró con oivs espantados.
—¿Es que el señorito va a entrar?-lartamudeó.
¿Que si voy a entrar? ¿Hay alguien ahi aontro que me lo
impida? í
—Hs que está don Juan Manuel... Yo.no sé si le vendrá bien.
——¿Y tú no sabes que esta casa es mía y puedo hacer lo que
quiera?
Y sin décir nada más entró en la sala con el sombrero en
la mano, donde, amortajada con un hábito blaneo, estaba la
esposa del “Misterioso”
En la mano derecha tenía un ramo de azucenas y sobre
su cuerpo muchas flores esparcidas.
Abel, después de mirar el rostro de cera de'su madre, mivó
en Torno sl
pl
yo, y merced a los amarillos resplandores de 108
cirios vió a una docena de; "sonas repartidas por toda la
En un rincón estaba el “Misterioso”, y junto a éste,
Manuel Aracil y Marilina, ésta última muy enlutada y con
el rostro cubierto por un espésa velo
im los miró como si mirase a tres desconocidos y se
tl “Misterioso” tocó con un codo a su hijo y le siseó al
—Mírale—dijo—. Mírale cómo se ha arrodillado y mueve'
los labios. ¿Le escuchará Dios?
Manuel miró a Abelín, y luego a dos hombres que estaban
hablaudo junto al balcón. Estos eran sus dos bue 108 y anti-
guos amigos Manrique de Lara y Adrián Topete, Ahora va-
mos a narrar por qué estaban, allí éstos.
Al ir a entrar Manuel y Marilina en casa de Blanca se